Breve historia de la pluma fuente, estilográficas y bolígrafos.

Desde los inicios mismos de la historia, la humanidad ha expresado su misma esencia por medio de la escritura. La necesidad de crear registros perdurables: desde eventos hasta pensamientos, pasando por transacciones comerciales, llevó a los hombres a usar piedras afiladas para crear signos visibles sobre las paredes de las cavernas. Y de allí pasó a la invención de la tinta y la búsqueda de superficies más aptas para sus registros! Hace 4000 años los egipcios utilizaban juncos cargados en jugos de frutas coloreadas para escribir papiros. En el año 1000 AC los chinos usaban para el mismo fin pinceles de cerdas. Más tarde en la historia, se comenzaron a utilizar plumas de ave, que fueron muy populares durante cerca de 1000 años, hasta mediados del siglo XIX.

Pero el uso de elementos naturales como las plumas de aves y juncos requería dedicación y esfuerzo: no sólo para obtenerlos y adaptarlos, sino también para mantenerlos lo suficientemente afilados de modo de lograr trazos relativamente uniformes. Una aspiración insatisfecha era entonces, disponer de una lapicera con una punta que no requiriera de tantos esfuerzos y que además tuviera mayor duración. Y en tren de formular deseos... ¿ por qué no pedir que llevara un reservorio propio para la tinta, que alimentase la punta en forma duradera y confiable y que además pudiese recargarse fácilmente? ... La idea de la lapicera fuente había nacido! En este sentido se avanzó por distintos caminos, que en determinado momento confluyeron en la invención de la lapicera fuente, probablemente por distintas personas, en distintos lugares, en un corto período de tiempo. La primer lapicera fuente documentada aparece en la Francia del siglo XVII, inventada por el joyero parisino Nicholas Bion, que mantiene como punta de escritura, el cañón de una pluma de ave. Un paso de principal importancia fue el desarrollo de puntas metálicas. Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX comenzaron a fabricarse en serie puntas de acero. Estas puntas o nuevas "plumas" se sujetaban a algún tipo de soporte o portaplumas desde donde se sostenían para escrbir y para sumergirlas en el tintero.

Para 1860, en las escrituras de calidad, las plumas de oro desplazaban a los caños de plumas de ave. La necesidad de tener que recargar frecuentemente la punta metálica en el tintero había incentivado a recorrer simultáneamente otro camino hacia reservorios de tinta de mayor capacidad . Las plumas de ave, al ser sumergidas en el tintero, almacenaban una pequeña cantidad de tinta que permitía algunos trazos antes de necesitar recargarlas. Por ello no era nada evidente que un tanque artificial, al que se le adosara una punta en su extremo inferior, no iría a funcionar de la misma manera. Pero la realidad es que la tinta no descendía de tales instrumentos. Se intentaron sin éxito distintos sistemas para ejercer presión sobre la tinta para lograr su descenso. La primer lapicera fuente exitosa no hacía empleo de una pluma metálica sino de una aguja (del latín: stilus) con reservorio propio.

En esos años aparecieron numerosas plumas fuente, pero todas ellas plagadas de defectos. Recién el 12 de Febrero de 1884, un vendedor de seguros norteamericano llamado L.E. Waterman, patentó la primera pluma fuente satisfactoria, que bautizó "Ideal". En efecto, esta pluma fuente poseía un reservorio recargable de tinta, que alimentaba a la punta a través de un alimentador que, por medio de conductos muy finos, permitía alternadamente el descenso de tinta y el ingreso de aire al tanque, de modo que una nueva carga de tinta pudiera descender, regulando el flujo de la tinta, al alternar su salida con el ingreso del aire. Estas primeras lapiceras fuente tenían un cuerpo ahuecado en el que se podía cargar tinta con un gotero. La boquilla, donde se montaba la pluma y un alimentador, se desenroscaba del cuerpo para recargar. En esta época un material fácilmente torneable y disponible era el caucho, por lo que la mayoría de las primeras lapiceras se construyeron en este material, a veces recubierto con láminas de plata u oro, con atractivos y variados diseños. Las compañías que habían fabricado hasta ese entonces plumas metálicas para inmersión y sus soportes, se reconvirtieron entonces, hacia la producción de plumas fuente. Pero el sistema de tener que desarmar el cuerpo de la lapicera y usar el gotero para recargar el reservorio de tinta no era práctico, de modo que en 1890 aparecen las primeras lapiceras "autocargables" con cargador de goma, que por medio de algún sistema se comprimía y al sumergirlo en el tintero y permitirle recuperar su forma, se recargaba de tinta sin necesidad de goteros ni de desenroscar el cuerpo. En esta primera mitad del siglo XX se produjeron hermosos y funcionales modelos de plumas fuente. Su posesión era símbolo no sólo de poder y buen gusto, sino también de estudios y conocimientos. A fines de los años '30 la divulgación del bolígrafo, cambiaría el curso de este desarrollo.

Muchas de las elegantes lapiceras fueron desplazadas por los bolígrafos y quedaron por años olvidadas en cajones. Hoy día estas lapiceras son coleccionadas no sólo por ser elegantes y atractivas, sino también por el placer de usarlas, por la personalidad que imparten a la escritura, por los misterios de sus historias, por el gusto de aprender sobre su desarrollo, para preservarlas y también como una inversión!